Siete días han sido suficientes para confirmar algo que ya sospechaba: el trabajo en el campo es muy duro, y los que se dedican a ello son personas admirables. Al menos eso es lo que pienso yo después de experimentar con mis brazos y piernas en qué consiste la labor de un recolector de higos frescos.

 

Esta historia transcurre durante una semana del mes de agosto, en una finca situada en la conocida comarca Sur de Gredos-Valle del Tiétar. Concretamente viví esta “aventura recolectora” en una explotación agrícola situada en la pequeña localidad de El Raso (Candeleda, Ávila).

 

 

Aunque yo me uní a la cuadrilla la primera semana de agosto, este año las altas temperaturas obligaban a adelantar la temporada de recogida de higos frescos, y a finales de julio las explotaciones estaban listas para dar comienzo a la recolección, sin tiempo que perder.

Una noche en blanco
Es jueves 6 de agosto. El gallo del vecino hace ya horas que comenzó su concierto junto con los ladridos de los perros. Suena el despertador de mi móvil a las 6:30 de la mañana, aunque no hacía mucha falta; llevo desvelada desde hace horas y, en el fondo, estaba deseando que llegara la hora para dejar de dar vueltas en la cama a sabiendas de que el más que necesario sueño no llegaría.

Me agobia pensar que mi primer día en un trabajo que —ya intuyo— será durísimo, lo comienzo mal descansada y con poca energía.

Me preparo a toda prisa y en silencio para no despertar al resto de la casa que duerme plácidamente. Es noche cerrada. Abro la puerta y el aire de madrugada me refresca la cara y me espabila la mente. Un pequeño paseo de diez minutos andando por un caminillo que une nuestra casa con la de los vecinos termina de despertarme.

 

 

Cuando llego a la finca, y casi sin distinguir las caras por la oscuridad, saludo tímidamente a los que ya han llegado y esperan silenciosos y con semblante serio, apoyados en el tractor, a que comience la jornada de trabajo. Exceptuando a Belén y su hermana, son todos hombres. Me subo a la furgoneta con Belén, la jefa, quien me va dando las primeras explicaciones de lo que vamos a hacer y me tranquiliza para que no me preocupe. Mi cara debe ser un poema.

 

 

 

Es la primera vez que hago esto, y como en cualquier otro trabajo, las dudas y los nervios me inquietan, aunque al mismo tiempo me estimulan. Por delante, cinco horas y media, de trabajo del duro.

 

Cubo a cubo, guante a guante
La savia del higo es muy corrosiva, por lo que para evitar quemaduras y escozores en la piel y los ojos es importante ir bien equipado y cubierto. Así que durante estos días me tendré que acostumbrar a un curioso estilismo y a no quitarme los guantes de fregar salvo en la media hora de descanso para tomar un tentempié. A pesar de ser el material más resistente y práctico que se usa en la zona para la recogida de higos frescos, yo en una semana he destrozado dos pares.

 

 

Aparte del calor y el sudor en las manos que te produce no quitarte los guantes durante horas, hay que ir bien cubierto con camisa y pantalón largos, calzado resistente al polvo y la tierra y una buena gorra que evite que te caiga la savia en los ojos, además de protegerte del sol abrasador, que desde que empieza a pegar fuerte sobre las 10, nos hará sudar la gota gorda hasta que acabemos la jornada cerca de la 1 de la tarde.

 

 

 

Aunque durante estos días iré aprendiendo a coger correctamente los higos sin romperlos y del tamaño adecuado, mi misión principal será la de recoger los cubos repletos de higos que los compañeros van llenando sin parar, sustituirlos por cubos vacíos y cargarlos hasta el puesto donde se van clasificando.

 

 

 

Al grito de “¡cubo!” voy recogiendo y llevando, recogiendo y llevando… hasta perder la cuenta de cuántos he cargado, aunque mis brazos me indican que unos cuantos ya… haciendo un cálculo sobre la marcha en una hora podían ser más de diez los cubos bien llenos que iban formando una fila a los pies de Belén esperando a ser descargados en la mesa, para clasificar y pesar después.

Higos para todos: primera, segunda y boliche
En una jornada de trabajo se llegan a recoger hasta 500 kilos de higos aproximadamente. Me sorprendo de la capacidad de producción y regeneración de este árbol tan sencillo y a la vez tan rico. A los dos días de haber recogido, las higueras están de nuevo repletas y listas para ofrecernos unos maravillosos frutos en su punto.
Sólo son las 8 de la mañana. Tomo aire para descansar y miro hacia las impresionantes montañas.

 

 

 

 

El sol empieza a asomar tras las cumbres de Gredos, y de pronto me sorprende su salida inundando de una luz limpia y potente los campos de higueras. Se distinguen claramente el pico Almanzor y los Hermanitos, que van dando forma a la sierra. Es todo un espectáculo. Respiro hondo y cojo aire para seguir la tarea que a primera hora es frenética. No hace calor y esta luz tan clara y sin sombras facilita el trabajo de los recolectores y los cubos no paran de circular.

 

 

 

Armados con el cubo en un brazo y el gancho —para acercar las ramas más altas— en el otro, mis compañeros van recolectando de higuera en higuera. La mayoría del tiempo, trabajan en silencio, concentrados en sus cosas…de vez en cuando comparten historias y anécdotas. Ya se conocen de otras campañas. Aquí no hay tiempo para quejarse ni del calor, ni del esfuerzo físico; esto es lo que toca y hay que hacerlo con ganas y energía. Así que yo, la novata del grupo, trato de disimular mi agotamiento, y pongo todo mi empeño en llevarles los cubos pedidos lo más rápido posible. “No te estreses, Gloria” —me dicen con socarronería— “es que esto del campo también estresa, ¿verdad?” Nos reímos y seguimos el trabajo.

 

 

 

 

 

 La tarea de clasificación de los higos que se va haciendo en cada puesto junto a las higueras, es esencial. Se van vaciando los cubos, con cuidado para no aplastarlos y se van repartiendo a mano según su tamaño y calidad: primera, los más grandes; segunda, un poco menores y boliche, el descarte; aunque incluso estos tienen un aspecto estupendo, la demanda de los mercados obliga a desechar una fruta que está en perfecto estado. Una vez clasificados por categorías, se van pesando las cajas que irán directamente a la cooperativa. Las cajas grandes 6,5 kilos y las pequeñas 3,5.

 El calor va apretando cada vez con más fuerza y el cansancio se va notando. Son las 12 del mediodía y en media hora aproximadamente las cajas deben estar preparadas y cargadas en las furgonetas para su revisión y entrega en la cooperativa de El Raso, desde donde a diario los deliciosos y preciados higos frescos, de la variedad cuello de dama, salen hacia los mercados de Madrid y el norte de España.

 

 

 

 

 

 

 

 Una experiencia inolvidable
A lo largo de estos días de estar mano a mano, mientras Belén me cuenta, y va contestando pacientemente a mi torrente de preguntas, nuestras miradas se cruzan; las dos sabemos que pertenecemos a mundos distintos, aunque nuestras vidas tienen un nexo que nos une y hace que nos comprendamos mejor, las dos somos madres de hijos únicos que se llevan pocos meses de diferencia. Las dos los tuvimos casi a la vez y desde entonces, y cada vez que mi familia y yo pasamos unos días en la zona, nuestros hijos juegan juntos y nosotras nos ponemos al día de nuestras vidas.

 

 

 

 

Ella es una mujer de campo por tradición, pero también por elección propia. Belén, la mayor de dos hermanas, tomó la decisión, frente a la insistencia de sus padres en que estudiara una carrera, de que dedicaría su vida y energías al campo, a la tierra; eso era lo que le hacía feliz y le motivaba cada día.

 

 

 

Pese al sacrificio diario, y a la dureza de una vida que ya conocía por haber visto a sus padres desde niña dedicándose a la tierra y a sus cultivos (tabaco, pimientos, luego los higos…) 365 días al año, siete días a la semana; esa era su elección, su apuesta personal.

 

 

 

Es feliz con esta vida —me confiesa, sin dejar de concentrarse en el trabajo—, porque no hay nada más satisfactorio que ser dueña de tu vida, hacer lo que te gusta cada mañana al despertar, y cuando llega la hora de acostarte, rota de cansancio y con las inquietudes del negocio quitándote el sueño muchas noches, sentir la libertad de tomar tus propias decisiones a conciencia.

 

Mi trabajo llega a su fin y me despido de mis compañeros y de Belén. He aprendido mucho de todos ellos y ha sido una experiencia que no olvidaré. “¿Te veremos por aquí el año que viene?” —Me preguntan—, “quién sabe…”, —contesto guiñando un ojo. Yo ya me voy, pero para los demás y como ellos mismos me dicen con sorna: “Ahora empieza lo bueno” … seguirán recogiendo higo fresco por las mañanas, y a finales de agosto, también tocará doblarse la espalda por las tardes recolectando los higos secos que ya van cayendo en la tierra….

 

Ahora desde luego ya no solo conozco la exquisitez de este fruto, sencillo y saludable, sino que reconozco, de verdad, todo su valor.